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miércoles, 23 de marzo de 2011

Concierto





Caminas de un lado a otro, limpias tus manos en ese vestido negro que te hace ver tan "mona" pero que realmente no te agrada demasiado, el look de "señorita" nunca te ha parecido, prefieres tocar en jeans y zapatillas pero sabes que no puedes, estás en el Teatro Municipal, el más importante de tu país, se supone que debes lucir presentable. Tratas que las manos no se empapen de sudor mientras obligas a tu mente a recordar los primeros compases de todas las obras que tocarás ese día, son cuatro y el equivalente a 45 minutos en ese escenario... por un segundo te arrepientes de estar ahí, deseas que esos minutos pasen rápido, para relajarte piensas en lo que vendrá después de ese concierto, te imaginas en un local con una cerveza en tu mano y celebrando el exitoso recital, eso por segundos te saca una sonrisa, hasta que vuelves a la realidad con un golpe en la puerta del camarin, te volteas y está tu profesora con esa sonrisa entre nerviosa y ansiosa, le respondes con el mismo gesto. Te pregunta si estás lista y dices que sí, aunque la parte pesimista de tu cerebro dice "no, no lo estás, es más, podrías no tocar...", silencias esa parte de la mente y abandonas tu camarin y sales al pasillo, te acercas al salón y sientes el murmullo de la gente al otro lado, respiras ondo mientras tu mente recrea a la perfección los cuatro primeros compases de ese Preludio y Fuga de Bach que vas a tocar. Tu profesora se despide de ti y te toma de las manos en un último gesto antes de dejarte sola, tras bambalinas, desde ahí ves el piano, aparece el señor de las luces y te dice que ya eres libre de entrar, vuelves a suspirar y avanzas saliendo a la luz. El silencio es sepulcral mientras caminas acercándote al piano, la mandíbula se te tensa casi por inercia, tratas de relajar el gesto, llegas por fin al instrumento que se yergue imponente y solitario en el escenario, saludas y los aplausos apabullan tus oídos. Te sientas y relajas tus manos sobre tus muslos, sientes el peso de esos cientos de miradas sobre ti, te concentras, respiras profundo mientras tus pies prueban los pedales del piano antes de comenzar a tocar, siempre lo haces. Piensas que las diez horas de estudio diario tienen que valer de algo, tienes que hacer que valgan la pena, ese es el instante por el que llegaste a estudiar incluso doce horas en un día algunos fines de semana... Bach se mezcla entre los pensamientos y pones las manos en el teclado. Tres segundos y al fin rompes ese tenso silencio con los sonidos que sacas del piano. Siempre has amado ese instante, en que eres la única que tiene permitido interrumpir el momento de catarsis que ha sido creado en el ambiente, te gusta... y entonces tocas y con el pasar de los compases los nervios, las dudas e inseguridades desaparecen, desaparece el público, desaparece el salón, desaparece todo y sólo está la música y tú. En algunos pasajes fallas pero sigues adelante, un instante tu memoria te juega una mala pasada pero sabes disimularlo muy bien, sigues, y eso te arranca una sonrisa que sabes es palpable en tu rostro. Y tocas, y las obras pasan y los minutos también y sabes que la sonrisa no ha salido de tu rostro mientras te sumerges en otro estado y de pronto tu mente ya no está pensando en Chopin, si no que trae a flote un recuerdo de hace más de diez veranos, cuando eras aún una niña y jugabas en la playa con tu hermano mayor, los dedos se mueven solos mientras recuerdas esa playa y cómo el sol bañaba todo el paisaje... entonces vuelves a la realidad y estás ya en la última obra del programa, esa que podrías tocar a ojos cerrados porque es una de tus favoritas, y la terminas de tocar, las manos salen bruscas y teatrales del piano y te levantas casi al instante, incluso antes que la gente aplauda, ni siquiera te acuerdas de eso, que hay gente ahí, saludas y por fin concientizas a cabalidad el lugar en dónde te encuentras, sientes aplausos y silbidos y sonríes, los oídos te zumban y las manos te pican solas, deseas bajarte ya del escenario e ir a fumarte un cigarrillo, bajas al fin pero ahí en bambalinas está tu profesora que te obliga a salir a saludar de nuevo, ves la sonrisa en su rostro y sabes que lo has hecho bien, ella te mira orgullosa, saludas nuevamente esta vez te tomas un poco más de tiempo para hacer la reverencia y al fin sales del escenario. Ella te abraza y tu sonríes, te dice que debes quedarte en el pasillo porque la gente vendrá a saludarte probablemente, ella vuelve al salón, te quedas mirando su espalda unos segundos y comienzas a caminar, necesitas fumarte un maldito cigarrillo porque aún la adrenalina sigue en tu cuerpo como una fiebre, entras al camarin y estás apunto de abrir tu bolso cuando la puerta se abre y comienza a entrar la gente, sonríes -aunque de una manera más fingida- y comienzas a recibir las felicitaciones de gente que no conoces, las recibes de buen gusto de todas formas, aún cuando el lobby ególatra nunca te ha ido mucho, pero sabes que son gajes del oficio; hasta que logras salir del camarin y te interceptan otros grupos de gente que han ido a escucharte, les sonríes y tratas de ocultar el cigarrillo único que está entre tus dedos, sin resultados, porque lo primero que todos hacen al saludarte es mirar tus manos y maravillarse con tu extrañamente largo dedo meñique. Miras por sobre las cabezas y no ves ni a tu madre ni tu hermano, te extraña, caminas otro tanto y por fin logras evadir a la gente y salir del teatro, ahí está tu hermano quien te abraza por muchos segundos y te felicita "sabía que vendrías acá, por eso te esperaba", él es de los pocos que te conoce demasiado bien, sonríes a él y sus amigos que viven en la ciudad y que han ido a verte, cierras los ojos y al fin enciendes el bendito cigarrillo, el humo entra en tu sistema y te permites recordar lo que ha pasado minutos antes, te percatas que hay varios lapsus que no recuerdas mientras estabas tocando en el escenario, no sería la primera vez que la adrenalina te borra recuerdos. Das otra calada al cigarrillo y sonríes, ha pasado al fin otro concierto, uno que dichosamente te ha dejado una sonrisa en el rostro.



Sí, soy yo en la foto, me la tomaron precisamente en ese concierto.

7 comentarios:

  1. es todo verídico ?
    increíble, muy buena descripción


    yo nunca pasé de unas cuantas melodías con la flauta dulce en un algún acto escolar

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  2. sí, es verídico... ha sido la crónica de un concierto que tuve el 2009...
    gracias por pasarse a comentar.

    (:

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  3. BRUTAL!
    simple y llanamente increible

    :)

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  4. Genial, excelente, quisiera haberte escuchado...

    Me encanta la musica, lastima que no tengo talento para tocar.. jaja, seguiré dibujando, escribiendo, pintando... y ahora empece con fotografia... envidio (sanamente) a la gente que puede tocar y hacer musica...

    y en respuesta a tu comentario en mi blog jajaj, a mi me paso algo parecido, un chabon hablando por celular, totalmente sacado, discutiendo con alguien, diciendole que la familia siempre veia todo mal lo que hacia, que trabajaba mucho, que no trabajaba nunca, que todos piensan que se "caga en el embarazo"...

    nono, muy fuerte, en plena calle... me dio entre gracia y una sensacion de decir.. "pobre tipo"...



    bueno, che, un gusto pasar por aca.. y otro gusto es recibirte por mi pequeño y humilde blog... que se siga repitiendo,

    Un beso,
    Facu.

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  5. Gracias por tu comentario en mi blog, prometo leer el tuyo...de hecho estoy enganchada con este texto...es admirable

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  6. Mi sueño, desde siempre, habría sido aprender a tocar el piano. Sé que aún estoy a tiempo, pero es que lo estudios me agobian un montón y en fin, lo dejaré para más tarde, cuando esté jubilada (?. JAJAJAJA El texto, precioso, y en fin, que te admiro, chica.

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