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sábado, 11 de junio de 2011

thank you.


7 de julio 2004. Está nublado, hace frío, caminas junto a los otros 67 miembros de la orquesta rumbo al Teatro Municipal. Cargas en tus manos enguantadas la carpeta con tus partituras, parece un día como cualquier otro en esa gira, pero no lo es, tienes 16 años y serás la solista en el teatro más importante, es el momento, tu estómago se revuelve pero aún te sientes tranquila, ansiosa, sí, pero no te comen los nervios como pensaste que lo harían. Se acerca una de tus mejores amigas y te pregunta cómo te encuentras, "bien" dices, es la palabra que ha salido automática de tu boca desde que bajaste a tomar desayuno al comedor del hotel esa mañana, porque casi todos te han preguntado ya lo mismo, ¿qué quedaría decir? "Estoy... estoy conciente de la carga enorme que es ser solista junto a una orquesta, un solo fallo mío ¿y qué pasaría? ¿podrían seguirme?" son demasiadas palabras y sabes que ellos quieren escuchar que estás bien así que no te cansas en ello.

Llegas al teatro, tu profesora te está esperando ahí, es el ensayo general que por esas casualidades malditas del destino es apenas dos horas antes del concierto, tienes un ensayo para probar ese piano y ya está. Ella te vuelve a hacer la pregunta del millón y respondes lo mismo, aunque ya comienza a preocuparte el ensayo previo al concierto, siempre te han parecido más terribles que el concierto mismo, según lo que pase en ese ensayo es cómo estará la mente para el concierto: o preocupada por lo que salió mal o tranquila por lo excepcionalmente bien que salió todo, sabes que esa segunda opción casi nunca ocurre, eres demasiado exigente contigo, eso también juega un poco en contra.

Te dejan el piano unos minutos mientras los otros afinan los instrumentos, haces escalas y compruebas lo inevitable: el piano es jodidamente duro, las teclas son más pesadas que en los pianos en los que acostumbras a tocar, tragas saliva en grueso, obligas a la mente a no tomar en contra. El ensayo comienza, te sabes el concierto nº1 de Beethoven de memoria, aún así necesitas tener la partitura en el atril del piano, está cerrada pero te da esa calma estúpida, aún cuando sabes que no abrirás ese libro, no si quieres conservar tu paz mental.

El ensayo termina, ha salido bien, pero no excelente, deseas que la hora que te queda antes del concierto sea repasando en el piano pero tu profesora no te lo permite, te obliga a relajarte -si "obliga" es la palabra- y te lleva a uno de esos clásicos cafés en los alrededores del teatro en Santiago, beben café, comen galletas y entre conversaciones anecdóticas vuelves a sentirte en calma, sonríes y es de verdad, te sientes confiada nuevamente, pero ya es hora de volver al teatro, regresas y ella se despide de ti, no la verás hasta que haya pasado el concierto. Suspiras. Alcanzas a saludar a tu madre y hermana que han viajado especialmente a verte, por ser la solista tienes un palco reservado para tus invitados especiales. Un abrazo, un te quiero, la promesa de verse luego que pase todo.

De pie tras bambalinas, sientes el bullicio de la gente al otro lado de la cortina, el director se acerca y toma tus manos, te sonríe, el programa está diseñado de manera que tocas como acompañante en la primera obra, luego sales y no vuelves hasta el concierto de Beethoven. Y comienza, la primera obra pasa rápida, demasiado para tu gusto, has visto al salir el público y el salón está lleno, llenísimo, hasta arriba. Te ha entrado un poco el pánico, las manos te sudan un poco, casi sientes la sangre correr en las venas, palpitar en tus oídos. Te paseas mirando ese piso de cuadrados blancos y negros, escuchas la orquesta tocar y mentalizas los primeros compases del concierto, te encuentras pensando que sería mejor que esa obra fuese eterna, no sabes si quieres salir, maldices por ser tan marica en el último momento. Enfócate, Vial. Sientes los aplausos, ahora vienes tú, el director sale a encontrarte atrás. ¿Lista? pregunta. Asientes, no estás para hablar.

Sales y por segundos las luces te enceguecen, no ves nada, los aplausos suenan demasiado estridentes y la visión delante de ti es de completa oscuridad, no ves absolutamente a nadie del público, un hoyo negro, nada. Te sientas, suspiras, tratas de mantener la mente en calma, centrada en mantener todos tus sentidos en lo que está apunto de empezar. No te apures con el tiempo. Si te equivocas sigue. En la coda, que corran los dedos. Una seña al director y empieza. Sigues la música y cierras los ojos mientras esperas que llegue tu entrada, sabes que todo ese nervio se quitará apenas empieces a tocar y así sucede. Los primeros compaces y ya está, es el momento de catarsis que ansiabas y al fin te sientes en tu medio, los compases avanzan y sientes esa sensación de soberbia felicidad que sólo experimentas al tocar en vivo, terminas la primera sección y viene el tutti de la orquesta, respiras y la adrenalina te posee por completo, sigues la música pero tu mente comienza a desconectar, entras en un estado inefable de plenitud, porque al entrar a tocar ya no piensas en la obra, algo pasa con tu mente que te visualizas volando sobre un águila, en un cielo despejado a una altura imposible de precisar... ¿son segundos? no lo sabes con exactitud, incluso con el pasar de años ese momento no lo sabrás explicar,  pero en ese instante eres tú y ese águila en vuelo... nada más.

El concierto sigue y tu memoria pierde lapsus de lucidez de ese presente, la adrenalina y una felicidad nata te embargan, el momento se quiebra y ya no estás ahí, disfrutas y saboreas el momento de manera ársica y tésica... y tu mente vuelve al ahora para los últimos compases, te sientes extraña pera dichosa, poderosa, como nunca lo has estado. Sacas las manos del piano, sientes los aplausos y sonríes, miras a ese público que no ves, diriges tu mirada en la dirección que crees está tu familia sentada. Tu pecho palpita como nunca, sientes calor en las mejillas, las manos hormiguean, tus compañeros atrás golpean los arcos contra los atriles. Sales del escenario seguida por el director y él te indica salir a saludar de nuevo, sales y no lo crees, todo es surrealista y romántico, como un cuadro de Marc, donde hay formas entre un extraño entorno... hacer la reverencia, estás por devolverte cuando un hombre entra con un ramo de rosas blancas enorme y precioso, no te lo esperabas, lo recibes y piensas que no existe momento más perfecto que ese. Y realmente no hay momento más perfecto que ese. No lo habrá.

Abandonas el escenario cuando aún hay aplausos a tus espaldas, es el intermedio y salen tus compañeros de orquesta a abrazarte, ríes, sonríes, sostienes aún las flores y te parece que algo tan perfecto es irreal... el concierto termina y cuando vas saliendo te encuentras con el público, gente que no conoces te saluda y abraza, y lo más insólito, te piden firmar programas, a tus 16 años ni siquiera tienes una firma decente, decides que lo mejor es escribir tu nombre a la manera en que lo has visto en las películas, con esa escritura a la antigua, cuidada y desprolija a la vez...

Y sólo puedes decir gracias, ¿a quién? no lo sabes, quizás a la música, a Beethoven, al momento, a la conjugación de instantes que se suceden de esa manera mágica y memorable.

Tienes 16 años y te sientes la mocosa más afortunada ese día miércoles.
Y ese día se enmarca como uno de los más felices de tu vida.
Una de las tantas razones para ser pianista.

5 comentarios:

  1. Gracias.
    De nuevo.
    Y eso que soy un malagradecido.

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  2. Increible. Da gusto leer algo asi..
    no me extraña q seas pianista

    :)

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  3. me gustó el video, muy genial, eres pianista? que interesante y magnifico je:)
    Saludos!

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  4. Debió de ser una experiencia única. En cierto modo te envidio, tan joven y con un talento tan prometedor. Tan joven y haciendo algo tan hermoso, cuando yo con 17 años aún no estoy seguro de haber logrado algo que merezca la pena mostrar al mundo. Supongo que ganarse los aplausos de las personas para las que actuas debe de ser el mayor logro que un músico, artista en general, puede lograr.

    Yo me imagino estrenando mi película en el cine y, al terminar, puedo ver como la gente empieza entusiasmada a aplaudir, como si lo que has hecho ha logrado trapasar las capas de piel, carne y hueso y has conseguido que tu obra se convierta en algo más que eso.

    Me has puesto nervioso cuando tenías que salir al escenario, a mi también me sudaban las manos.

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  5. EEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE

    VIVES?

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